Zozabarrak

Presentación

07-04-2025

Biblioteca municipal de Donostia

Un hecho aparentemente banal como un cambio de clase trastoca completamente el mundo de June, la protagonista de esta historia, cuando sus nuevos compañeros comienzan a acosarla. Al principio, no halla cobijo en ninguna parte, y se sentirá desbordada por un sufrimiento que perturbará toda su existencia: la del colegio y la del hogar; las noches y los días.

El acoso escolar es el infierno que habitan muchos estudiantes.

Según un estudio publicado por la Universidad Complutense de Madrid en el año 2023, en cada aula, hay, por lo menos, dos niños o jóvenes que sufren violencia.

Atendiendo a la información ofrecida por el Gobierno Vasco, en la CAV, en el curso 2022-23, se confirmaron 218 casos, 39% más que el año anterior. Se trata de datos oficiales, de denuncias que se corroboran. Teniendo en cuenta que la tercera parte de las víctimas no confiesa a nadie su sufrimiento, es lícito pensar que la cantidad real pueda ser incluso superior.

La cifra va en aumento, multiplicada por el acoso cibernético. En un trabajo conjunto que han realizado Puntueus y Cyberzaintza han ofrecido material pedagógico audiovisual que pone el foco en los agresores. En un vídeo, una adolescente reconoce que todos han ejercido violencia digital en algún caso, en mayor o menor medida, escudados en el anonimato.

Y, por eso, jóvenes como June, deben sufrir cada día las media sonrisas y risas hirientes de sus compañeros; sus bromas y amenazas. Cada día, escuchan burlas en torno a su cuerpo o a su personalidad. Cada día, al llegar al colegio, reciben empujones y palizas. Y, por eso, cada día, se sienten solos, tristes y asustados. Día tras día, cada uno de los interminables días.

Cada mañana, al llegar a clase, sienten cómo les invaden las miradas cómplices que protegen a los acosadores; también sufren el silencio y la crueldad de quien los anula, condenándolos al ostracismo. Muchos son los que cada día se sienten marginados, invisibles. Porque en el infierno se defiende al acosador y es la víctima la que se siente culpable. De ahí, la soledad, tristeza y terror de cada interminable día.

Los estorninos viven en grandes bandadas que se denominan “murmuraciones”. Nosotros también somos seres sociales. Jhon Donne afirmó: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte del todo”. La hipnótica danza de los estorninos nos parece increíble y maravillosa; sin embargo, no podemos obviar que cada vuelo posee, en su particularidad, la misma belleza, incluso los solitarios vuelos de las rapaces.

Según el VI Estudio (“Las opiniones de los alumnos”) realizado conjuntamente por la Fundación ANAR y Mutua Madrileña, el 47% de los alumnos afirma no haber actuado ante el acoso. Mi experiencia aumentaría el porcentaje al 90%. La inmensa mayoría.

Los estorninos, en su baile, atienden a siete compañeros cercanos que les rodean. La mayoría siente mucho frío fuera del grupo. En un caso de acoso que vivimos en el último curso de mi trabajo como profesora, un joven de Astigarraga hizo frente a los acosadores. Fue un acto valiente e inolvidable, sobre todo, para la víctima, de un joven bueno, compasivo y libre, acto que cuestionó la pasividad o crueldad del resto.

Hace algunos años, Uxue, editora de Erein, me regaló el libro La pared, traducido al euskera por Naroa Zubillaga. Sé que volveré muchas veces al bosque de Marlen Haushofer. En ese bello y sorprendente libro, podemos leer el siguiente pasaje:

“Este otoño ha aparecido un cuervo blanco. Siempre vuela detrás de los demás, y se posa completamente solo en un árbol que rechazan los compañeros. No llego a comprender por qué no lo aman los demás cuervos. Para mí, es un ave muy bella; para sus compañeros, sin embargo, se trata de un ser despreciable. Lo veo completamente solo, acurrucado en su abeto, observando atentamente la pradera. Un ser insignificante que no debería existir, un cuervo blanco. Se posa hasta que la bandada emprende el vuelo, y entonces, le traigo un poco de comida. Es tan dócil que puedo acercarme. A veces, en cuanto me ve, incluso baja a la tierra. No sé por qué lo han marginado, y no conoce otra existencia. Siempre lo rechazarán, y se sentirá tan solo, que temerá más a sus propios compañeros que a los humanos. Quizás, lo desprecian tanto, que no se dignan a matarlo. Todos los días, suelo esperar al cuervo blanco, e intento atraerlo, y él me observa atentamente con sus rojizos ojos. Apenas puedo hacer nada por él. Mis restos, quizás, mantienen una vida que no se debería alargar. Yo, sin embargo, quiero que el cuervo blanco viva, y a veces, sueño que en el bosque existe otro y se conocen. No creo que sea posible, pero lo deseo fervientemente.”

El gobierno de EEUU ha hecho saber que negará ayudas económicas a las universidades si no renuncian a la agenda DEI. Estas siglas aluden a la pluralidad, la justicia y la inclusión. No son conscientes de que, al negar la diferencia de cada ser humano, renuncian al respeto a la diversidad, base de toda sociedad democrática y justa.